lunes, 12 de mayo de 2008

El Lado Oscuro


Amargo como el vino del exiliado,
como el domingo del jubilado,
como una boda por lo civil,
macabro como el vientre de los misiles,
como un pájaro en un desfile…,
así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Sin Ti.
Joaquin Sabina



El sábado estuve en una boda. Una boda Civil. En realidad fue una boda rara, era una ceremonia civil que oficio un figurante con ínfulas poéticas, que bendijo un cura y en la que intervino casi la totalidad de la familia de los novios.

A mí nunca me han gustado mucho las bodas, sin embargo reconozco que en los últimos años, por razones profesionales, asisto con interés y verdadera curiosidad a la celebración de estos eventos.

El matrimonio siempre me ha parecido el paradigma del consenso, envuelto en un enredada maraña de disensos. Para empezar, y desde el origen de nuestra cultura, surgen enfrentamientos entre el matrimonio monogámico o el poligámico. Que si la poligamia va contra la moral, que si la poliandria va contra el derecho natural, que si el hombre es un animal polígamos por naturaleza, etc.…..

Luego, ya en la universidad, estudiando Derecho Civil, nunca llegue a saber si el matrimonio es un contrato o una institución. Cientos de páginas suscritas por sesudos juristas, para dirimir una polémica tan estéril como absurda -la gente se siguen casando sin llegar a plantearse tan sutil diferencia-.

En medio, las múltiples controversias entre matrimonio civil o matrimonio religioso: Que si las iglesias son mas bonitas, que si el matrimonio es un sacramento indisoluble, que si a mi no me casa el concejal tal o el alcalde cual…

En fin, un verdadero mar de problemas metafísicos que a la hora de la verdad se dirimen con una “ceremonia bonita” y un buen banquete. Todo lo demás, no es más que literatura.

Pues bien, como quiera que la sociedad española camina hacia la aconfesionalidad más siniestra y materialista –en opinión de la Conferencia Episcopal-, la celebración de los enlaces matrimoniales navega a la deriva escasos de normativa, creando su propia liturgia y su propio protocolo para cada celebración.

En general, los contrayentes alternan las iglesias, con los juzgados, los ayuntamientos y las fincas para banquetes, montando en cada lugar una liturgia ad hoc. En el fondo les da lo mismo que el oficiante sea el obispo de la diócesis, el párroco que caso a sus padres, el concejal de turno o un actor contratado para la ocasión y que recita los artículos 66 y siguientes del Código Civil con voz de barítono.

Lo verdaderamente importante, son las flores, las velas, la musica –con un quinteto de cuerda, si es posible- los pétalos de rosas –arroz no, que ordinariez-, el coche de la novia y sobre todo que cada detalle quede perfectamente retratado y grabado en video para la posteridad.


Pero por encima de todo, lo verdaderamente esencial, es el banquete. Aquí si se unen todas las liturgias y todas las religiones. Da igual que la boda sea religiosa o Civil, que sea por el rito ortodoxo o católico, que sea judía o musulmana, lo verdaderamente importante es que el banquete sea abundante y caro.

Pues bien, en la boda del sábado, el banquete debió de ser realmente caro. Desde luego, se puede decir que fue realmente delicioso, sofisticado, suculento y absolutamente exquisito.

La boda se celebró en un restaurante cercano a mi ciudad, de esos que están instalados en una finca en medio de la antigua zona de huerta. Un restaurante de cocina moderna, creativa y contemporánea, con una estrella Michelin. El menú estaba cuidadosamente elegido. Las cantidades eran las justas para sentirse saciado sin atiborrarse, los sabores muy equilibrados, los vinos perfectamente maridados y los postres, absolutamente insuperables. Fue un autentico deleite, algo magnifico.

Adicionalmente había un excelente Dj que durante toda la cena nos amenizó con una musica que perfectamente podía haber elegido yo, puesto que era toda la musica que me gustaba.

La noche era perfecta, el güisqui de malta y el vodka Citadele. Sin embargo, en medio de todo aquello, me asalto de golpe, a traición, la nostalgia y me acorde de ella.

Fue en el jardín, mientras me fumaba un tabaco dominicano y me tomaba un güisqui. Miraba al cielo y me puse a pensar en ella. Me lo tengo prohibido, pero lo hice. Y una vez traspase la línea, de lo prohibido y pase al lado oscuro ya no pude remediarlo: le mande un sms. La cague. Le incomodo, me contesto –amable, pero contundente-, me mosquee, le conteste –quizá un poco menos amable, pero igualmente contundente- y me dispuse a acabar con la reserva de Citadele, para ahogar mi mala leche.

El problema no es que la incomodara a ella y medio me jodiera la noche y mi, el problema es que son muchas las circunstancias en las que echo de menos no poder llamarla o estar con ella. A estas alturas, cuando me siento feliz, cuando vivo algo que me gusta, cuando disfruto de la vida, cuando me estremezco con la belleza, todavía necesito compartirlo con ella. El problema es que eso ya no puede ser y me tengo que mojar las ganas con lo primero que tengo a mano. Y francamente, así me va.

Ya no tengo grandes esperanzas de que eso vuelva a ocurrir. A ratos solo espero que –como me pronostico ella- se me pase. Pero el jodido sentimiento no se me pasa y de vez en cuando –solo de vez en cuando- me arrastra al lado oscuro de la nostalgia y me deja “tocao”

PD: un dia de estos os doy el nombre del restaurante, y el de la hija de la dueña, que tiene unos ojos azules absolutamente espectaculares.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Juasssssssssssssss a mí solo dame el nombre del restaurante.
Precioso que te acuerdes de ella. Yo tambien me acuerdo de el en esas ocasiones.
Un beso.
Mar