viernes, 16 de mayo de 2008

GWENDOLINE

ENLACE PITINGO


En pleno ataque de nostalgia, buceando por YouTube me asalta este video de Pitingo. Y me dan ganas de llorar.

No, no es que la musica sea mala, al contrario, el tipo es genial y tiene una voz impresionante, lo que ocurre es que me abren las carnes de la melancolía y el recuerdo.

En realidad yo nunca había escuchado la letra de Gwendoline, o por lo menos nunca la había escuchado con la perspectiva que tengo hoy y con todo el camino que he recorrido.

La música de Gwendoline esta irremediablemente unida al recuerdo de mi padre. Yo debía tener unos 9 años cuando me regaló un reproductor de cassette, como premio por haber acabado el curso con buenas notas. Todavía recuerdo aquel cacharro con su funda de cuero para llevarlo colgado.

El aparato vino acompañado de un par de cintas, una de Julio Iglesias, que incluía esta canción, y otra de Serrat, que contenía Penélope y Fiesta. Para mi la musica portátil y programable fue un enorme descubrimiento.

Pase parte de aquel verano en el campo, en casa de mi abuela. Escuchaba aquellas cintas a todas horas, creo que todos acabaron hasta el gorro de mí y de mi musica.

Mi padre tenía cuarenta y tantos, mi madre conducía un Mini amarillo, mi hermano apenas era un mocoso y yo pasaba mucho tiempo con mi abuela. Fui muy feliz entonces y hoy echo de menos aquel tiempo. Un poco, sólo un poco.

FIESTAS

Cancion


Hoy me han llamado para preguntarme sobre las fiestas de un pueblo cercano. Esa pregunta me ha llevado a acordarme de mi amigo Pepe –Pepito-, así que le he llamado y le he felicitado porque hoy comenzaban las fiestas de su pueblo.

Curiosamente también hoy me han pedido, casi me han exigido –en realidad me lo pidieron hace una semana-, que escribiera un artículo sobre las fiestas de mi ciudad.

Así que reflexionando un poco, me he dado cuenta que para aquellos que hemos nacido a las orillas del Mediterráneo, la fiesta es una parte esencial de nuestras vidas.

Son muchas las veces que la fiesta nos embriaga, nos resta lucidez, maquilla nuestro entorno hasta hacerlo confuso. Incluso hay veces que la fiesta nos deja un poco “tocados”, descolocados. Sin embargo, siempre volvemos de la fiesta.

La fiesta nos permite ser esos ciudadanos respetables, formales y sensatos que somos. Nos permite vivir un cuarto de hora de felicidad plena y soportar largas horas de amargura.

Tengo la impresión de que la fiesta -un solo día de fiesta- nos salva. Nos salva hasta de nosotros mismos y nos sirve como terapia para afrontar las dificultades, los disgustos, el hastió y la tristeza a que nos asedia durante los otros 364 días de cada uno de nuestros años.

La fiesta nos agota, pero nos da energía para afrontar nuestro quehacer diario. La fiesta nos harta, pero nos da fuerza para aguantar el hastío del día a día. La fiesta, hasta nos arruina –de vez en cuando- pero nos da un motivo para “hacer economías” el resto del tiempo.

Y no me refiero única y exclusivamente a las fiestas sociales o a las fiestas populares, en la que podamos participar, también me refiero a aquella fiesta que el sabio Benedetti describió en su poema:

“una mujer desnuda es un enigma
y siempre es una fiesta descifrarlo”

Permitámonos la fiesta, disfrutemos de cada fiesta. Celebremos. La vida se complica tanto, nos jode tanto, que festejar es nuestra única salvación

martes, 13 de mayo de 2008

Casualidades




Nunca he creído demasiado en la casualidad. Creo que fue Voltaire quien dijo que “la casualidad es la consecuencia conocida de una causa desconocida”.

Personalmente no me atrevo a formular una aseveración tan ortodoxamente enraizada en el método científico. Sin embargo, y dentro de mi ignorancia, no dejan de sorprenderme ciertas casualidades.
Así por ejemplo: ¿no resulta una casualidad –sorprendente- que las principales compañías energéticas de nuestro país –véase REPSOL o IBERDROLA- hayan decidido hacer anuncios defendiendo la ecología y el medio ambiente? ¿No es casualidad que cuando Maria SanGil –que de santa no tiene un pelo- sale por piernas de la ponencia política del PP, todos la apoyen contra Rajoy, aún sin saber de que coño discrepa?

Pues bien, trasladado esta teoria a mi vida, me he encontrado con un par de “casualidades” que me tienen desconcertado. En primer lugar no entiendo porque en pleno ataque de nostalgia, mi trabajo me obliga a viajar mañana a Valencia? ¿Por que Valencia? Pasaré el día echándola de menos a ella. Visitaré la tienda de Zegna, me tomaré una cerveza en el Mercado de Colón, iré a “Uno de 50” y comeré en la Labrusqueria. Se que lo haré, aunque también se que no debiera hacerlo, pero soy incorregible.

La segunda circunstancia casual que no entiendo es ¿Por qué hoy, que ella me había invitado a un café, se ha tenido que cruzar una “complicación” no prevista? ¿Acaso existe un Genio Maligno –como el imaginado por Descartes- dispuesto a impedir que nos juntemos mas de lo estrictamente necesario? ¿O se trata de una confabulación de los hados de la música que tratan de evitar la debacle de norecuerdobien que orquesta?

No lo se, el hecho es que la sigo echando de menos, no importa que imprudencias lascivas y concupiscentes cometa yo. Su sonrisa sigue siendo un bálsamo para mi insensatez.


PD: Lo peor de ir a La Labrusqueria es que me acuerdo de ella y de su hermana, -que vive al lado-y me dan muchas ganas de llamarla e invitarla a comer –a su hermana-. Menos mal que no voy solo

lunes, 12 de mayo de 2008

El Lado Oscuro


Amargo como el vino del exiliado,
como el domingo del jubilado,
como una boda por lo civil,
macabro como el vientre de los misiles,
como un pájaro en un desfile…,
así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Sin Ti.
Joaquin Sabina



El sábado estuve en una boda. Una boda Civil. En realidad fue una boda rara, era una ceremonia civil que oficio un figurante con ínfulas poéticas, que bendijo un cura y en la que intervino casi la totalidad de la familia de los novios.

A mí nunca me han gustado mucho las bodas, sin embargo reconozco que en los últimos años, por razones profesionales, asisto con interés y verdadera curiosidad a la celebración de estos eventos.

El matrimonio siempre me ha parecido el paradigma del consenso, envuelto en un enredada maraña de disensos. Para empezar, y desde el origen de nuestra cultura, surgen enfrentamientos entre el matrimonio monogámico o el poligámico. Que si la poligamia va contra la moral, que si la poliandria va contra el derecho natural, que si el hombre es un animal polígamos por naturaleza, etc.…..

Luego, ya en la universidad, estudiando Derecho Civil, nunca llegue a saber si el matrimonio es un contrato o una institución. Cientos de páginas suscritas por sesudos juristas, para dirimir una polémica tan estéril como absurda -la gente se siguen casando sin llegar a plantearse tan sutil diferencia-.

En medio, las múltiples controversias entre matrimonio civil o matrimonio religioso: Que si las iglesias son mas bonitas, que si el matrimonio es un sacramento indisoluble, que si a mi no me casa el concejal tal o el alcalde cual…

En fin, un verdadero mar de problemas metafísicos que a la hora de la verdad se dirimen con una “ceremonia bonita” y un buen banquete. Todo lo demás, no es más que literatura.

Pues bien, como quiera que la sociedad española camina hacia la aconfesionalidad más siniestra y materialista –en opinión de la Conferencia Episcopal-, la celebración de los enlaces matrimoniales navega a la deriva escasos de normativa, creando su propia liturgia y su propio protocolo para cada celebración.

En general, los contrayentes alternan las iglesias, con los juzgados, los ayuntamientos y las fincas para banquetes, montando en cada lugar una liturgia ad hoc. En el fondo les da lo mismo que el oficiante sea el obispo de la diócesis, el párroco que caso a sus padres, el concejal de turno o un actor contratado para la ocasión y que recita los artículos 66 y siguientes del Código Civil con voz de barítono.

Lo verdaderamente importante, son las flores, las velas, la musica –con un quinteto de cuerda, si es posible- los pétalos de rosas –arroz no, que ordinariez-, el coche de la novia y sobre todo que cada detalle quede perfectamente retratado y grabado en video para la posteridad.


Pero por encima de todo, lo verdaderamente esencial, es el banquete. Aquí si se unen todas las liturgias y todas las religiones. Da igual que la boda sea religiosa o Civil, que sea por el rito ortodoxo o católico, que sea judía o musulmana, lo verdaderamente importante es que el banquete sea abundante y caro.

Pues bien, en la boda del sábado, el banquete debió de ser realmente caro. Desde luego, se puede decir que fue realmente delicioso, sofisticado, suculento y absolutamente exquisito.

La boda se celebró en un restaurante cercano a mi ciudad, de esos que están instalados en una finca en medio de la antigua zona de huerta. Un restaurante de cocina moderna, creativa y contemporánea, con una estrella Michelin. El menú estaba cuidadosamente elegido. Las cantidades eran las justas para sentirse saciado sin atiborrarse, los sabores muy equilibrados, los vinos perfectamente maridados y los postres, absolutamente insuperables. Fue un autentico deleite, algo magnifico.

Adicionalmente había un excelente Dj que durante toda la cena nos amenizó con una musica que perfectamente podía haber elegido yo, puesto que era toda la musica que me gustaba.

La noche era perfecta, el güisqui de malta y el vodka Citadele. Sin embargo, en medio de todo aquello, me asalto de golpe, a traición, la nostalgia y me acorde de ella.

Fue en el jardín, mientras me fumaba un tabaco dominicano y me tomaba un güisqui. Miraba al cielo y me puse a pensar en ella. Me lo tengo prohibido, pero lo hice. Y una vez traspase la línea, de lo prohibido y pase al lado oscuro ya no pude remediarlo: le mande un sms. La cague. Le incomodo, me contesto –amable, pero contundente-, me mosquee, le conteste –quizá un poco menos amable, pero igualmente contundente- y me dispuse a acabar con la reserva de Citadele, para ahogar mi mala leche.

El problema no es que la incomodara a ella y medio me jodiera la noche y mi, el problema es que son muchas las circunstancias en las que echo de menos no poder llamarla o estar con ella. A estas alturas, cuando me siento feliz, cuando vivo algo que me gusta, cuando disfruto de la vida, cuando me estremezco con la belleza, todavía necesito compartirlo con ella. El problema es que eso ya no puede ser y me tengo que mojar las ganas con lo primero que tengo a mano. Y francamente, así me va.

Ya no tengo grandes esperanzas de que eso vuelva a ocurrir. A ratos solo espero que –como me pronostico ella- se me pase. Pero el jodido sentimiento no se me pasa y de vez en cuando –solo de vez en cuando- me arrastra al lado oscuro de la nostalgia y me deja “tocao”

PD: un dia de estos os doy el nombre del restaurante, y el de la hija de la dueña, que tiene unos ojos azules absolutamente espectaculares.