jueves, 18 de septiembre de 2008

Princesas

Cancion

La vi ayer por la tarde. Salía del despacho de mi abogada. Estaba extremadamente delgada, con un aspecto desaliñado y sórdido. Su mirada perdida en el vacío, pasó junto a mí y no me reconoció.

No tenía nada que ver con la chica alegre y despreocupada que había conocida un par de años atrás en el restaurante de sus padres. Más que guapa, era resultona. Tenía un cuerpo esplendido, con el poderío físico que leotorgaban sus dieciocho años.
Recorría las mesas con desparpajo, siempre atenta al servicio, despilfarrando sonrisas y sorteando las bromas maliciosas de algunos parroquianos. Nada que ver con el espantajo con el que ayer me cruce en el despacho.

Inmediatamente detrás de ella caminaba su madre: la mirada hundida y triste, los ojos irritados de tanto llorar y el alma destrozada por la pena. No me atreví a saludarla. Ella no me vio o no quiso verme, tanto da. La pena, la vergüenza, el sufrimiento la cubrían de arriba abajo, impidiéndole ver al resto del mundo.

La imagen de ambas mientras salían de aquella sala -una tras la otra, con la mano de la madre sobre los hombros de su hija- me recordó una de esas piezas de la Pietá, inacabadas y dolorosamente tristes.

Me acordé entonces a mi hermana muerta. Reviví el calvario de su angustia, de su drama. Recordé aquel suplicio, la tortura de mis padres, su abatimiento, su desesperanza.

Me ví a mi miso, lleno de rabia y de ira. Odiándola a ella, a sus adicciones, a sus amigos/verdugos. Clamando a todos los cielos, maldiciendo a todos los dioses. Solo, impotente y desesperado.

Y luego su muerte. El sentimiento de culpa, la sensación de no haber sido capaz de salvarla. La impotencia y el dolor. El estrepitoso dolor de mi madre que casi la hace enloquecer. El dolor mudo de mi padre, que le hizo morir poco a poco durante los siguientes dos años, hasta que se consumió la llama de su vida por completo.
Han pasado veinte años desde aquello y aun me duele. Todavia no soy capaz de hablar abiertamente del daño que desde entonces me aflige.

Quizás por eso, cuando asisto a alguna de esas cenas trendies, llenas de gente guapa, insentata y supertodo, no soporto encontrarme el aseo lleno de tipos/tipas haciendo cola para meterse un tirito y siento un irrefrenable deseo de correrlos a bastonazos.

Quizás por eso, cuando tengo que escuchar estúpidas conversaciones diciendo que “hay que probarlo todo” o que “por una vez…..” No puedo evitar comentar en voz alta y clara el asco que me da esa gente.

Y es que hay cosas con las que voy a ser muy intransigente durante toda mi vida. Que se va a hacer.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Agobios

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos –
esa muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, cara esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.
Cesare Pavese



Mi amigo JC escribe un artículo sobre el Centenario de Pavéese y lo inicia con el primer verso de este poema.

Hoy me siento un poco como se sintió el escritor piamontés al escribir esas líneas. No soy tan depresivo como él –ni tan deprimentemente genial-. Tampoco me agobia ese malestar existencial que caracterizó su vida, si embargo hoy siento un cansancio inmenso, una opresión que me ahoga y una desesperanza atroz.

Ya se que el bueno de JC diría –con esa sorna genial que le acompaña- que lo mío son gases, que tanta opresión no da ni para una agina de pecho. Sin embargo llevo varios días enfadado con el mundo y me siento agotado, exhausto física y anímicamente. Seguro que no es más que un poco de flojera melancólica mezclada con los efectos del sobrepeso, fruto de los excesos veraniegos

Nada que no cure unos ejercicios respiratorios, un poco de dieta y “los versos del Capitán”.