viernes, 11 de enero de 2008

Vuelta a la normalidad

Finalmente se acabado el periodo navideño. Creía que no iba a terminar nunca. Este año ha sido menos gravoso que otros. Mi visita a La Habana ha reducido el impacto navideño en muchos aspectos.

De un lado me ha evitado la presión del ambiente navideño los días previos a las celebraciones. Ese exceso de luces, músicas y cenas aderezadas por buenos deseos y regalos del “amigo invisible” que inflamaban todas mis membranas y que me obligaban a reducir tal inflamación a base de Rivera del Duero y Gin&Tonic.

De otro lado, he conseguido soslayar el maratón de aperitivos, comidas y cenas de la semana previa –en ocasiones han llegado a ser de dos o tres eventos diarios, durante cuatro o cinco días seguidos-. A su vez esta drástica reducción del número de eventos ha tenido dos magnificas consecuencias, a saber: una disminución en el numero de broncas conyugales –a menos salidas y menos llegadas a horas intempestivas, menos broncas-; y en segundo lugar una rebaja en la ingesta de calorías, que se traduce en una mejor capacidad para conservar el peso –ya de por si critico- del autor de estas líneas.

No obstante, la navidad ha tenido sus terribles efectos, aunque sin llegar a ser devastadores.

Como profesional del derecho –aunque distante del ejercicio y dedicado a otras tareas mas divertidas y creativas-, se que la navidad suele tener un efecto letal en algunas parejas. En mi caso, el efecto letal viene dado por mí mismo, por mi desmesurada pasión hacia otras mujeres y por mi falta de prudencia y cautela en muchos de esos casos. Quizá por eso la navidad no me afecta, en cuanto a mi relación matrimonial se refiere. Sin embargo si me afecta en lo referido a mi relación con el mundo.

No soporto la obligación de ser “bueno”, no soporto tener que compartir mis días con gente a la que no puedo ni ver y sobre todo no soporto poner/quitar los putos adornos navideños. Por lo demás, no tengo problema: me gusta comer, me gusta beber, me encanta hacer regalos a la gente a la que quiero y, por supuesto, me maravilla que la gente que me quiere me haga regalos.

Quizá acabo un poco cansado de niños, de familia y de partidas de cartas, pero tampoco es lo peor que le puede pasar a uno –tendiendo en cuenta que los niños se vuelven con sus padres, que la familia tiene limitaciones horarias y que las cartas no son mi fuerte-.

Pero bueno, todo ha terminado y por fin comienza un nuevo año y con el se retoma la actividad laboral, emocional y sentimental, de nuevo. Y en mi caso, hay novedades. Varias y jugosas.

Podríamos citar al menos tres novedades: Primero que la chica con la que últimamente disfruto de un affaire, esta mosqueada. Al parecer comienza a tener extrañas ideas sobre que “me quiere” o algo así. Por supuesto yo he tratado de disuadirla de tal estulticia, explicándole que somos amigos, colegas, cómplices, amantes, etc.…. Pero que NO NOS QUEREMOS. Ella, por su lado, ha dicho –muy seria- que así es, que “de que vas?”, que ella no esta enamorada, etc, etc, etc….

Es decir, que mal rollo. Que si “no me llamas”, que si quién es esa C que te llama?” Que si “nunca tienes tempo para mi?” Que si “es que no me haces caso?”; y demás historias para no dormir. Por mi parte, trato de conservar la calma, y aunque confieso que he estado a punto de sucumbir al “yo también te quiero”, he logrado superarlo -a la fuerza ahorcan-.

La segunda novedad me tiene muy, pero que muy confuso. Veréis, desde hace muchos años, suelo salir en pareja con unos amigos. Son gente encantadora, con la que tanto mi mujer como yo mantenemos una estrecha amistad que se remonta al origen de los tiempos. Sin embargo y pese a todo eso, la pasada semana, en el transcurso de una cena, ella y yo acabamos besándonos apasionadamente en el cuarto de baño de un pub en el que estábamos tomando una copa. Confieso que hace años que me parece una mujer muy deseable, y que hace tiempo que nuestra miradas se cruzan con un atisbo de deseo pero aquellos dos besos –dos, no uno- supusieron un aldabonazo para ambos. No hemos vuelto a hablar del tema, pero tenemos latente un problema, Un problema que deberíamos resolver sin victimas colaterales.

Finalmente hay una novedad que sin duda resultara de interés para las/los habituales lectoras/es de esta pagina –obsérvese el exquisito trato a los distintos géneros-

Sin más preámbulos: he comido con C –ojo, que no me he comido a C-. Fue ayer mismo. Nos hicimos daño, restañamos las heridas, nos escupimos las verdades a la cara, y nos sentimos mejor. El teléfono es un medio de comunicación rápido y eficaz, sin duda tiene una multiplicidad de ventajas, pero en nuestro caso –como en otros muchos- no es mas que un arma que nos permite a la vez atacar y protegernos, de tal manera que terminamos embarcados en batallas innecesariamente crueles y despiadadas.

Mirarnos a la cara y decirnos lo que sentimos y comprobar como el otro siente lo mismo, es la única manera de restañar heridas y de conformar una relación estable, de cara al futuro. Que yo la quiero, es sabido. Que ella aun me quiere, quizá es una novedad. Que ambos tenemos vidas independientes, sexualmente activas y con ciertas retribuciones emocionales, es un hecho que ambos tenemos que asumir. Que el tiempo tiene que situarnos a cada uno en su sitio –sea cual sea el sitio de cada uno- es una realidad que con la que debemos aprender a convivir.

Que todo sea incruento, que no nos mutilemos, que no nos desangremos, que seamos capaces de convivir con nuestras respectivas realidades, es lo que dará la medida de nuestra madurez, y con la edad que tenemos, ya deberíamos de ser bastante maduros.