sábado, 22 de septiembre de 2007

Me canse de rogarle.


Me cansé de rogarle me canse de decirle,
que yo sin ella de pena muero,
ya no quiso escucharme si sus labios se abrieron,
fue pa' decirme ya no te quiero.

Yo sentí que mi vida se perdía en un abismo profundo
y negro como mi suerte, quise hallar el olvido al estilo Jalisco
pero aquellos mariachis y aquel tequila me hicieron llorar.

Me canse de rogarle.
Con el llanto en mis ojos alcé mi copa y brinde con ella,
no podía despreciarme era el ultimo brindis de un bohemio con una reina.
los mariachis callaron.
De mi mano sin fuerza cayo mi copa sin darme cuenta
ella quiso quedarse cuando vio mi tristeza
pero ya estaba escrito que aquella noche perdiera su amor.

José Alfredo Jiménez





Lo más desesperante del desamor es que todo el mundo lo ha sufrido antes. Por eso no sé si vale la pena contarlo. Es mejor revolver las canciones de José Alfredo, armarse de valor y de vodka y prepararse para sufrir sin tregua.

No obstante, ser imbecil tiene sus desventajas y a pesar de que me trata como a una mierda –sobre todo en público-, que me ningunea, me ignora y hasta me desprecia, como soy gilipollas no puedo evitar acordarme de ella.

Esta mañana he ido al mercado, he comprado pescado y verdura, he planificado los almuerzos de esta semana y en medio de todo eso, entre merluzas y atunes, me he dado cuenta de que a lo largo de estos tres años y medio no ha cocinado para mi ni una sola vez.

No, no es que yo considere que como es chica tiene que cocinar ella, no. Lo que ocurre es que a ella se le llena la boca diciendo lo bien que cocina –mejor que su hermana, por supuesto- y lo contentos que quedan todos aquellos que disfrutan de su arte culinario.


Pues bien, en tres años y medio (1.277 días) no ha habido ocasión para que yo pueda disfrutar de su famoso Tiramisú, de su foie con cebolla caramelizada o de sus panes especiales. Y sin embargo, ahora llega el músico de los cojones, se lo trae a su casa y además de beneficiársela, le hace comiditas, porque “come como un pajarito” y no le gusta ni la “cocina sofisticada” ni las “cocinas étnicas”. Manda huevos. Espero que folle mejor que come, porque si no………

Como una cosa lleva a la otra, el pensamiento sobre la comida me ha llevado a pensar en ella, otra vez. Y como el viernes contestó afirmativamente (¿?) a una invitación de café (luego se echo atras, como no?), he pensado: "voy a tomar café junto a su casa y le mando un mensaje por si acaso". Respuesta: “me encantaría pero no puedo. Este finde (¿?) no puedo habar contigo. Un beso”

Lo que me faltaba. Hasta ahora su Amo marcaba los designios de su vida, ahora aparece el músico y le prohíbe hablar conmigo! Eso si, luego vamos de independientes, libres y auténticos.
El hecho es que a mi nunca me perteneció, yo le pertenecía a ella. Traté de mimarla, de cuidarla, intenté comprenderla en todo momento, compensar mis carencias con mi entrega y estando pendiente de ella, pero no sirvió de nada. Quizá es que de verdad tiene complejo de sumisa obediente y solo puede estar a gusto con quien le manda y ordena.

Me ha jodido mucho y bien –como siempre-, así que he llamado a M otra vez para que hiciera de terapeuta y aguantara mi rollo y mi vocación etílica. Estaba muy liada –tenia una boda por la noche-, pero me ha concedido un bourbon. Claro que el borubon ha ido acompañado de una bronca del tamaño de la tormenta del viernes. (La verdad esa que cada día me siento más solidario con su hijo.) Lo más amable ha sido decirme lo gilipollas que soy. Al menos se ha reído –y mucho- con mi teoría sobre el paralelismo de Alcohólicos Anónimos y su función como tutora/terapeuta de un enamorado imbecil y abandonado.

Ha valido la pena tomar ese Bourbon. Por lo menos alguien me ha escuchado. Me siento muy solo, un poco abandonado y desasistido. No puedo habar de esto con nadie, ni en mi casa (imagínate!), ni con mis amigos, ni con C. (es la causante!) y no me queda gente a la que le pudiera contar esto sin peligro. Menos mal que este diario y los ocasionales apoyos de M (copas incluidas) me ayudan a sobrellevarlo.

Como me gusta José Alfredo, como me llegan sus letras, como lloro con sus canciones. Lo malo es cuando lo hago con una botella cerca (como homenaje a él, por supuesto), porque entonces lloro más y me duelen más. Estoy convencido de que lo verdaderamente importante de las canciones es su letra.
A los músicos que les den por saco. Eso si, a ritmo de pasodoble, “esa música tan nuestra”