miércoles, 16 de enero de 2008

Cuanto echo de menos un buen edredon

La normalidad es acogedora, confortable. Como uno de esos edredones de plumas, calidos y ligeros, con los que te arropas en las noches frias del invierno. De igual forma la cotidianeidad te envuelve y te abriga frente a esa intemperie incierta y precaria de los sentimientos.

A mi me horroriza tener que bregar con mis propios sentimientos. Cada vez que me dejo llevar por ellos, termino, amargado y absolutamente agotado. Supongo que es inevitable, que uno no puede negarse a sentir, no puede resistirse a su propia naturaleza.

Sin embargo el quehacer diario, las obligaciones –profesionales o familiares- los compromisos, la necesidad de cumplir plazos, la competitividad, el creciente numero de imbéciles con los que te encuentras en tu entorno laboral, la necesidad de soslayar navajazos, hostias y traiciones, te ocupan la vida de tal forma, que no te dejan tiempo para pararte y atender a tus sentimientos. Luego nos quejamos, decimos que esto no es vida, que no puedes dedicarte a la gente que quieres, que necesitamos tiempo para nosotros mismos, etc, etc….

Pero no es verdad, es mejor que vivamos al abrigo de stress, de la rutina, de las fuertes exigencias de nuestro trabajo. Es mejor que nos protejamos bajo el paraguas de la cotidianeidad, exigente y tirana, así no tenemos que arriesgarnos a sentir. No tenemos que afrontar nuestras propias contradicciones y la voluntad arbitraría de nuestros deseos. Y lo mejor es que de esta manera, nos ahorramos sufrir.

Cuando cedo a la presión de mis sentimientos, cuando me dejo llevar por el sentimentalismo, cuando echo de menos algún momento o a alguna persona del pasado, cuando absurdamente me asalta el deseo de ser feliz y cometo el estúpido error de buscar refugio y amparo en otros, y me asomo a sus vidas en busca de su apoyo o su abrazo, termino estrellándome contra la ley del hielo de su propio interés y su lógico egoísmo.

Es entonces cuando aprecio más mi trabajo y mi rutina, cuando busco el blanco manto de su calor y su confortabilidad. Aunque la verdad es que yo nunca había sido así, pero quien va con un cojo, al año si no cojea, al menos renquea

Lo cierto es que no soy un León tan peligroso como algunas personas dicen. En realidad, a penas soy un gatito ronroneante que solo busca un regazo y que le acaricien el lomo. Y solo un rato, porque al poco salto y me marcho para afrontar nuevas historias, con la fuerza que me produce el convencimiento de que en alguna parte, alguien me quiere.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo.
Como me ha gustado este post.
Totalmente deacuerdo.
Ademas en estos momentos necesitaba precisamente leer algo así.
Gracias gatito. jejejejeje.
Un besito ronreando. jejejeje.

Anónimo dijo...

Firmo lo dicho por Mar... totalmente de acuerdo.
Muchas veces es demasiado el precio que hay que pagar por "intentar" ser feliz...

Muxu bat